Probablemente en su pueblo se le recordará como carrochos de buenas personas que hurtaban flores para regalar a su mamá y daban de comer a las palomas. Probablemente que todo eso debe ser verdad aunque es más turbio; cómo y de qué manera llegaron esos individuos a ser lo que son ni a quien sirven cuando alzan las banderas. Hombres de paja que usan la colonia y el honor para ocultar oscuras intensiones tienen doble vida, son sicarios del mal. Entre esos tipos y yo hay algo personal. Rodeados de protocolo, comitiva y seguridad viajan de incógnito en autos blindados a sembrar calumnias, a mentir con naturalidad a colgar en las escuelas su retrato. Se gastan más de lo que tienen en coleccionar espías, listas negras y arsenales. Resulta bochornoso verles fanfarronear a ver quién es el que la tiene más grande. Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz juegan con cosas que no tienen repuesto y la culpa es de el otro si algo les sale mal. Entre esos tipos y yo hay algo personal. Y como quien en la cosa nada tiene que perder pulsan la alarma y rompen las promesas. Y en nombre de quien no tienen el gusto de conocer nos ponen la pistola en la cabeza. Se agarran de los pelos pero para no ensuciar van a cagar a casa de otra gente y experimentan nuevos metodos de masacrar, sofisticados y a la vez convincentes. No conocen ni a su padre cuando pierden el control ni recuerdan que en el mundo hay niños nos niegan a todos el pan y la sal. Entre esos tipos y yo hay algo personal. Pero eso sí, los sicarios no pierden ocasión de declarar públicamente su empeño en propiciar un día luego de franca distención que les permita hallar un marco previo. Que garantice unas premisas mínimas, que faciliten crear los resortes, que impulsen un punto de partida sólido y capaz de este a oeste y de sur a norte donde establecer las bases de un tratado de amistad que contribuya a poner los simientos de una plataforma donde edificar un hermoso futuro de amor y paz.