Al cantar del crespín en la tarde ardida, cobriza y azul, llorará la zamba, librando en el aire palomas de sueño y de luz. Y mi voz surgirá viva en la madera de mi guitarra, cadera de mujer tocando el herido destierro de mi soledad. Muero al amanecer solo, tristezas del crespín silbando bagualas al centro del clima me voy. Volveré, sombra ya, a besar el dulce calor de tu piel. Floración virginal, carne de los jazmines, lunares del amanecer. Soledad, del querer, lo que me desvela la sangre de amor. Y partir con el sol sombra de la tierra desnuda, nocturna y final.