Yo nunca tuve tropilla, siempre he montao en ajeno. Tuve un zaino que, de bueno, ni pisaba la gramilla. Vivo una vida sencilla, como es la del pobre pión: madrugón tras madrugón, con lluvia, escarcha o pampero, a veces, me duelen fiero los hígados y el riñón. Soy peón de La Estancia Vieja, partido de Magdalena, y aunque no valga la pena, anote, que no son quejas: un portón lleno de rejas, y allá, en el fondo, un chalé. Lo recibirá un valet, que anda siempre disfrazao, más no se asuste, cuñao, y por mí pregúntele. Ni se le ocurra decir que viene pa ́ visitarme: diga que viene a cobrarme, y lo han de dejar pasar. Allí le van a indicar, que siga los ucalitos. Al final, está un ranchito, que han levantao estas manos. Esa es su casa, paisano, ¡ahí puede pegar el grito!. Allí le voy a mostrar, mi mancarrón, mis dos perros, unas espuelas de fierro y un montón de cosas más. Si es entendido, verá: un poncho de fina trama, y el retrato de mi mama, que es donde rezo pensando, mientras los voy adornando con florcitas de retama. ¿Qué puede ofertarle un pión, que no sean sus pobrezas? A veces me entra tristeza, y otras veces, rebelión. En más de alguna ocasión, quisiera hacerme perdiz, para ver de ser feliz, en algún pago lejano. Pero a la verdad, paisano, ¡me gusta el aire de aquí!