Eras niña de blancos reflejos y me querías de esclavo, me mirabas con tus tres espejos, jugabas a ser lavabo. Me esperabas con el toallero -a veces yo también me mojo- y en tus grifos de cromado acero un punto azul y otro rojo. Y así, cada mañana sobre tu porcelana a la hora en que, triste, me lavo, Me mostrabas una nueva cana. De niña a lavabo. La pensaba con el sonajero y en vez de "yo sé", "yo sabo", pero el tiempo como un fontanero, la cambió de cabo a rabo. Esa niña de blancos reflejos ya estaba dando en el clavo, su desagüe me echaba los tejos, mi niña se hacía lavabo. Y así, cada mañana sobre su porcelana, ya no espero escuchar ningún ¡bravo! sólo el ruido del agua que mana. De niña a lavabo.