Ella seguía no sé que terapia, cosa mental, y el primer beso fue contra la tapia del hospital. "Prueba mis labios, que sé que te gusto, soy Beatriz, y no estoy loca, tan sólo lo justo en una actriz". Sí que lo estaba, como siete cabras, pero es que, hoy, para peligro de juntapalabras, y yo lo soy, ya no las atan y tienden sus labios, libran se amor, contra sus cuerdas y contra los sabios de alrededor. "Tengo una novia que estaba de antes", le dijo yo, "A otras con eso quizá las espantes pero a mí no", "Hay otra más que no debo ocultarte, en fin, ya ves", "Enhorabuena, hijo mío, qué arte, ya tienes tres". Era fantástico aquel primer acto de la función, sobre el papel yo tenía aún intacto mi corazón. ¡Qué bien latía por mi nueva amiga, nunca creí que aunque llevase navaja en la liga fuese por mí. Pero a mediados del acto segundo la vi brillar, y a ella mirando con odio profundo mi costillar. "Voy a cortarte ese nudo gordiano, ¡tonto de ti!", "Nada de eso", besando su mano le respondí. "Antes de hacer cualquier escabechina emocional, tómate alguna bezodiacepina, un Orfidal, y vámonos de mañana a Mojácar a ver el mar". Y aquel acero, en su puño de nácar, logré guardar. Quise una atmósfera más bien moruna, -yo, gran visir-, para que sólo saliera la luna a relucir entre sus dedos de amante acuciante, pero, qué va, no remitió su manía cortante, no quiso Alá. Desembocamos al acto tercero con tal pasión que hubo catarsis y yo casi muero de un refilón que, por milagros de la psiquiatría no sabe obrar, la puso bien, y lo está todavía, fundó un hogar. Ahora, qué lejos, adiós a su abismo, cayó el telón, pero yo sé que no fue un espejismo, una ficción. Sé que gocé como ya no se lleva con Beatriz, y si queréis os enseño la prueba, la cicatriz.