Tú y yo, muchacha, estamos hechos de nubes pero ¿quién nos ata? Dame la mano y vamos a sentarnos bajo cualquier estatua que es tiempo de vivir y de soñar y de creer que tiene que llover a cántaros. Estamos amasados con libertad, muchacha, pero ¿quién nos ata? Tu en tu barro dispuesto, elegido tu sitio, preparada tu marcha. Hay que doler de la vida hasta creer que tiene que llover a cántaros. Ellos seguirán dormidos en sus cuentas corrientes de seguridad. Planearán vender la muerte y la paz. ¿Le pongo diez metros, en cómodos plazos, de felicidad? Pero tú y yo sabemos que hay señales que anuncian que la siesta se acaba y que una lluvia fuerte, sin bioencimas, claro, limpiará nuestra casa. Hay que doler de la vida, hasta creer, que tiene que llover a cántaros.